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A finales de 2021, compré junto a Caterina, mi pareja, una casita de campo a las afueras de Ciutadella de Menorca. Recuerdo la primera visita: la casa era bonita, al menos parte de ella. La típica casita tradicional encalada de la isla. Pero mi mirada no podía apartarse de un precario establo que estaba en el terreno adyacente a la casa. Al ver ese trozo de tierra, totalmente llana, de unos 1.000 m², con algunos acebuches, un par de pequeñas encinas, una vieja higuera y rodeada de muros de piedra seca, me obsesioné con la idea de construir allí un jardín. No sé gran cosa sobre jardines, más allá de fotografiarlos, leer algún que otro libro y cuidar alguna planta de interior, pero desde aquel momento tengo una única y gran obsesión que, durante los años, solo ha hecho que crecer. No recuerdo algo así desde que en 2007, cayó una cámara réflex digital en mis manos y transformo por completo mi vida.
Volveré en otra newsletter al jardín del establo. En esta ocasión, quiero hablar de uno de mis reportajes favoritos, ya no tanto por las fotos, si no por la propia experiencia y la importancia que ha tenido para mí: la visita en junio de 2019 al estudio de Fernando Caruncho, un jardinero afincado en las afueras de Madrid. Seguramente, el paisajista más prestigioso de España. Aunque él no lo sepa, me contagió el virus de la jardinería y, a partir de esa visita, supe que debería tener un jardín. El virus jardinero se apoderó por completo de mí una vez que otro virus, el SARS-CoV-2, irrumpió y me confinó en un apartamento en el corazón de Barcelona durante tres largos meses. Es muy probable que, de no haber visitado su estudio aquel día, hoy no me encontraría transportando toneladas de tierra menorquina con una carretilla. Otro claro ejemplo de la relevancia del azar en nuestras vidas.
He conocido a pocas personas tan encantadoras como Fernando y su hijo. Disfruté enormemente paseando y explorando su estudio/jardín. Como alguien apasionado por la belleza, uno de los mayores privilegios de mi profesión es tener la oportunidad de divagar libremente por espacios únicos y poco accesibles. Además, de alguna manera, al pasear por un lugar así, estás recorriendo la mente del creador y adentrándote en esa profunda “alma” que está más allá de todo concepto o palabra. Y a veces, surge la magia y, de alguna forma, logro conectar con eso, capturar ‘la foto’, y entonces es cuando realmente siento que ha merecido la pena. En este caso, Fernando me lo ha puesto fácil.
A través de esta experiencia, pude percibir el profundo respeto que Fernando tiene por la tradición del jardinero, tanto de Oriente como de Occidente. Como con los círculos de grava como ondas que surgen de la fuente central, que recuerdan al jardín seco japonés, pero que también tiene ciertos ecos a la Alhambra y rodeado por unos setos recortados del clásico jardín occidental. Pero en ningún momento nada se ver forzado, su trabajo refleja una reverencia hacia la historia y sus orígenes. Una búsqueda constante de conexión con ella, creando espacios que no son solo jardines, sino narrativas vivas entre la naturaleza y la cultura.
Me acompañaban Andrew y Marcelo de Openhouse Magazine y no negaré que me dio un poco de rabia perderme las conversaciones que tenían en una habitación/pabellón hecha expresamente para ello. Fernando es un gran conversador; por algo le dicen el jardinero filósofo, ya que estudió dicha carrera antes que ejercer de jardinero. En el articulo de Openhouse escrito por Inma Buendía podéis leer un resumen de la conversación que por profesionalidad me perdí en directo. Solo un par de ejemplos:
“Los jardines son una cuestión de fe, donde el deseo juega un papel clave. Creo en el amor como una fuerza universal. Es esa fuerza desconocida que nos da nuestro equilibrio en este caótico universo.”
"La velocidad de la vida actual trivializa los eventos. Siempre estamos esperando que ocurra la siguiente cosa y, por lo tanto, en lugar de ser enriquecidos por las experiencias, nos consumen".
Cuando Fernando pronunció estas palabras a escasos metros de mi, seguramente ni las hubiera comprendido. Ahora no pueden resonarme más. De alguna manera siento que soy otro, y en parte ha sido gracias a esa fe en el jardín.
Fernando y su hijo Pedro, iban a ser mis primeros invitados en un proyecto de podcast que se quedó a medias. Una pequeña piedrecita desplazándose lentamente a través de mi uréter, el conducto que une el riñón con la vejiga, frustró nuestros planes. Espero poder retomar ese encuentro pronto, sea con o sin micrófonos.
Más fotografias en mi web y en Openhouse.
El trabajo de Fernando Caruncho
Libros:
Reflejos del Paraíso: Los Jardines de Fernando Caruncho
Pequeños Paraísos: El espíritu de los jardines. Mario Satz
At the end of 2021, Caterina, my partner, and I bought a small country house on the outskirts of Ciutadella de Menorca. I remember the first visit: the house was pretty, at least part of it. The typical traditional whitewashed house of the island. But my gaze was drawn to a precarious stable on the land adjacent to the house. Seeing that flat piece of land, about 1,000 m², with some wild olive trees, a couple of small oaks, an old fig tree, and surrounded by dry stone walls, I became obsessed with the idea of building a garden there. Beyond photographing them, I know nothing about gardens, but since that moment, I have had a single and great obsession that has only grown over the years. I don't remember anything like this since 2007 when a digital SLR camera fell into my hands and completely transformed my life.
I will return to the stable's garden in another newsletter. On this occasion, I want to talk about one of my favorite reports, not so much for the photos, but for the experience itself: my visit in June 2019 to the studio of Fernando Caruncho, a gardener based on the outskirts of Madrid. Probably the most prestigious landscaper in Spain. Unbeknownst to him, he infected me with the gardening virus, and after that visit, I knew I needed to have a garden. The gardening virus completely took over my body once another virus, SARS-CoV-2, came into play and had me locked in an apartment in Barcelona for three long months. It's very likely that without spending that day in his studio, today I would not be moving tons of Menorcan soil with a wheelbarrow. Another example of the importance of chance.
I have met few people as charming as Fernando and his son. I thoroughly enjoyed walking and exploring their studio/garden. As someone passionate about beauty, one of the greatest privileges of my profession is having the opportunity to freely wander through unique and inaccessible spaces. Moreover, in some way, when you walk through such a place, you are traversing the mind of the creator and delving into that deep “soul” that lies beyond all concept or word. And sometimes, magic happens, and somehow, I manage to connect with that, to capture ‘the photo’, and that is when I truly feel that it has been worth it. In this case, Fernando made it easy for me.
Through this experience, I could perceive the deep respect that Fernando has for the tradition of gardening, both Eastern and Western. Like with the gravel circles like waves emerging from the central fountain, reminiscent of the Japanese dry garden, but which also echoes the Alhambra and is surrounded by trimmed hedges of the classic Western garden. But at no point does anything feel forced, his work reflects a reverence towards history and its origins. A constant search for connection with it, creating spaces that are not just gardens, but living narratives between nature and culture.
I was accompanied by Andrew and Marcelo from Openhouse Magazine and I won't deny that I was a bit upset to miss the conversations they had in a room/pavilion made expressly for it. Fernando is a great conversationalist; he is known as the philosopher gardener, as he studied philosophy. In the Openhouse article written by Inma Buendía, you can read a summary of the conversation that I professionally missed live.
Just a couple of examples:
“Gardens are a question of faith, where desire plays a key role. I believe in love as a universal force. It’s that unfamiliar force that gives us our balance in this chaotic universe.”
“The speed of today’s life trivialises events. We are always waiting for the next thing to occur and so instead of being enriched by experiences, they burn us up.”
When Fernando spoke these words just a few meters from me, I probably wouldn't have understood them. Now they resonate with me more than ever. Somehow I feel I am a different person, and it has partly been due to that faith in the garden.
Fernando and his son Pedro were going to be my first guests in a podcast project that was left unfinished. A small stone slowly moving through my ureter, the duct that connects the kidney to the bladder, thwarted our plans. I hope to be able to resume that meeting soon, whether with or without microphones.
More photos in my website and Openhouse.
The work of Fernando Caruncho.
Books:
Reflections of Paradise: The Gardens of Fernando Caruncho
Pequeños Paraísos: El espíritu de los jardines. Mario Satz